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Mostrando entradas de diciembre, 2012

Pájaros prohibidos

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Eduardo Galeano   (1940-) Los presos políticos uruguayos no pueden hablar sin permiso, silbar, sonreír, cantar, caminar rápido ni saludar a otro preso. Tampoco pueden dibujar ni recibir dibujos de mujeres embarazas, parejas, mariposas, estrellas ni pájaros. Didaskó Pérez, maestro de escuela, torturado y preso por tener ideas ideológicas, recibe un domingo la visita de su hija Milay, de cinco años. La hija le trae un dibujo de pájaros. Los censores se lo rompen en la entrada a la cárcel. El domingo siguiente, Milay le trae un dibujo de árboles. Los árboles no están prohibidos, y el domingo pasa. Didashkó le elogia la obra y le pregunta por los circulitos de colores que aparecen en la copa de los árboles, muchos pequeños círculos entre las ramas: -¿son naranjas? -¿qué frutas son? La niña lo hace callar: -Ssssshhhh Y en secreto le explica:   -Bobo, ¿no ves que son ojos? Los ojos de los pájaros que te traje a escondidas

Ya no me acuerdo

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Estopa Esta mañana ya no me acordaba cómo tocaban mis dedos esa guitarra que era para mí tu cuerpo. Ya no me acordaba lo que sentía cuando acariciaba tu pelo. Ya no me acuerdo si tus ojos eran marrones o negros como la noche o como el día que dejamos de vernos. Sólo recuerdo que llovía y que quedamos en la parada del metro. Pero haciendo un gran esfuerzo aún veo tu mirada en cada espejo de cada ascensor donde cada noche me sube hasta el cielo de moteles invernadero donde se jura algo tan efímero…

Programa de entretenimiento

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Ana María Shua (1951-) Es un programa de juegos por la tele. Los niños se ponen zapatillas de la marca que auspicia el programa. Cada madre debe reconocer a su hijo mirando solamente las piernitas a través de una ventana en el decorado. El país es pobre, los premios son importantes. Los participantes se ponen de acuerdo para ganar siempre. Si alguna madre se equivoca, no lo dice. Después, cada una se lleva al hijo que eligió, aunque no sea el mismo que traía al llegar. Es necesario mantener la farsa largamente porque la empresa controla con visitadoras sociales los hogares de los concursantes. Hay hijos que salen perdiendo, pero a otros el cambio les conviene. También se dice que algunas madres hacen trampa, que se equivocan adrede.

El parto

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Eduardo Galeano   (1940-) El libro de los abrazos   Tres días de parto y el hijo no salía. —Tá trancado. El negrito tá trancado —dijo el hombre. Él venía de un rancho perdido en los campos. Y el médico fue. Maletín en mano, bajo el sol del mediodía, el médico anduvo hacia la lejanía, hacia la soledad, donde todo parece cosa del jodido destino; y llegó y vio. Después se lo contó a Gloria Galván: —La mujer estaba en las últimas, pero todavía jadeaba y sudaba y tenía los ojos muy abiertos. A mí me faltaba experiencia en cosas así. Yo temblaba, estaba sin un criterio. Y en eso, cuando corrí la cobija, vi un brazo chiquitito asomando entre las piernas abiertas de la mujer. El médico se dio cuenta de que el hombre había estado tirando. El bracito estaba despellejado y sin vida, un colgajo sucio de sangre seca, y el médico pensó: No hay nada que hacer. Y sin embargo, quién sabe por qué, lo acarició. Rozó con el dedo índice aquella cosa inerte y a

Esquina peligrosa

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  Marco Denevi (1922-1998) El señor Epidídimus, el magnate de las finanzas, uno de los hombres más ricos del mundo, sintió un día el vehemente deseo de visitar el barrio donde había vivido cuando era niño y trabajaba como dependiente de almacén. Le ordenó a su chofer que lo condujese hasta aquel barrio humilde y remoto. Pero el barrio estaba tan cambiado que el señor Epidídimus no lo reconoció. En lugar de calles de tierra había bulevares asfaltados, y las míseras casitas de antaño habían sido reemplazadas por torres de departamentos. Al doblar una esquina vio el almacén, el mismo viejo y sombrío almacén donde él había trabajado como dependiente cuando tenía doce años. –Deténgase aquí –le dijo al chofer. Descendió del automóvil y entró en el almacén. Todo se conservaba igual que en la época de su infancia: las estanterías, la anticuada caja registradora, la balanza de pesas y, alrededor, el mudo asedio de la mercadería. El señor Epidídimus percibió el mismo

Twice told tale

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Enrique Anderson Imbert (1910-2000) La sandía y otros cuentos Perseguido por la banda de terroristas Malcolm corrió y corrió por las calles de esa ciudad extraña. Eran casi las doce de la noche. Ya sin aliento se metió en una casa abandonada. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad vio, en un rincón, a un muchacho todo asustado. —¿A usted también lo persiguen? —Sí —dijo el muchacho. —Venga. Están cerca. Vamos a escondernos. En esta maldita casa tiene que haber un desván... Venga. Ambos avanzaron, subieron unas escaleras y entraron en un altillo. —Espeluznante, ¿no? —murmuró el muchacho, y con un pie empujó la puerta. El cerrojo, al cerrarse sonó con un clic exacto, limpio y vibrante. —¡Ay, no debió cerrarla! Ábrala otra vez. ¿Cómo vamos a oírlos si vienen? El muchacho no se movió. Malcolm, entonces, quiso abrir la puerta, pero no tenía picaporte. El cierre, por dentro, era hermético. —¡Dios mío! Nos hemos quedado encerrados. —¿Nos? —dijo el

Historia de fantasmas

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Mario Benedetti  (1920-2009)   Los dos fantasmas, uno azul y otro blanco, se encontraron frente a la caverna consabida. Se saludaron en silencio y avanzaron un buen trecho, sin pisarse las sábanas, cada uno sumido en sus cavilaciones. Era una noche neblinosa, no se distinguían árboles y muros, pero allá arriba, muy arriba estaba la luna. -Es curioso- dijo de pronto el fantasma blanco-, es curioso cómo el cuerpo ya no se acuerda de uno. Por suerte, porque cuando uno se acordaba era para que sufriésemos. -¿Sufriste mucho?-preguntó el fantasma azul. -Bastante. Hasta que lo perdí de vista, mi cuerpo tenía quemaduras de cigarrillos en la espalda, le faltaban tres dientes que le habían sido arrancados sin anestesia, no se habían olvidado cuando le metían la cabeza en una pileta de orina y excremento, y sobre todo se miraba de vez en cuando sus testículos. -Oh-fue la única sílaba que pronunció o pensó o suspiró el fantasma azul. -¿Y vos?- preguntó a su vez el otro-.¿Ta