"Carta de amor"
Berna Wang
Carta ganadora
del I Concurso Antonio Villalba de Cartas de Amor.
Son las cinco y diez de la madrugada, está a punto de pasar el primer
autobús; entra una brisa fresca por la ventana del estudio que me araña
los hombros. Y suena Gershwin, bajito y dulce: I want to stay here.
Se está acabando el paquete de cigarrillos que abrí mientras hablaba contigo por teléfono esta noche.
He visto en la televisión dos películas estupendas seguidas (La mujer
del teniente francés y Manhattan), me he tomado dos vasos largos de
Havanna Club con mucho hielo. La vela de jazmín que he encendido hace
unas horas se ha consumido hace un rato.
De alguna manera (es absurdo, ya lo sé), estoy de guardia. Sosteniendo este extremo del universo para que no caiga sobre ti.
Un extremo donde suena la música (muy bajito), la madrugada de verano es
hermosa y fresca, y la luz, suave. Donde el alcohol no hace daño y las
sonrisas son dulces.
Ya sé que es absurdo, pero pienso que mientras esté aquí, despierta, no
se desbaratará el cielo y la tierra seguirá girando bajo las estrellas
con una cadencia perfecta.
Pienso que, mientras tú duermes, alguien debe vigilar para que las
pesadillas no te toquen. Alguien debe tener la luz encendida y quererte.
Aunque sea armada tan sólo del tercer vaso de ron con hielo y el
enésimo cigarrillo. Cabalgando sobre la música de Wonderful. Aunque sea
sin escudo... Vestida únicamente con una camiseta de seda azul. Y una
sonrisa. A través de la larga noche.
Es absurdo, lo sé de sobra. Un clarinete no puede hacer nada frente a
una tormenta de negrura y culpa, mi sonrisa no es nada si en este
momento te giras en la cama y murmuras tu pesar entre sueños; Gershwin
murió hace tiempo y además, con la música puesta, no oiré siquiera el
autobús. Y si no oigo el autobús, puede que no amanezca nunca.
Y aun así, aquí estoy, sujetando mi extremo del universo, como si éste
fuera, en lugar del caos, un arco geométricamente perfecto que pudieran
sostener a pulso mis brazos desnudos. Al mismo tiempo que un cigarrillo y
un vaso de ron. Absurdo, realmente.
They can't take that away from me.
Un arco iris en medio de la lluvia, o unos labios curvados en una
sonrisa. El arco de un violín. Un puente y, debajo, un río; o la luna en
cuarto creciente y tú dormido en ella.
No veo la luna desde aquí y el eclipse parcial de Torre Picasso tras el
edificio Windsor está ya (o aún) a oscuras. Ahora suena The man I love y
es tan dulce el clarinete... Y el piano suena tan ligero como siento yo
el corazón mientras estoy aquí, imaginándote a salvo.
Qué absurdo. ¿Cómo ponerte a salvo con un violín que preludia en la madrugada Someone to watch over me?
Tan absurdo como sacarte a bailar. Bueno: estás dormido. No puedes
negarte. Te pregunto sin hablar: «¿Bailas?». Y tú sonríes, y te tomo de
la mano, apoyo la otra en tu hombro y giramos, cerca, muy cerca,
mientras el clarinete se eleva y amanece sobre Madrid. Y el autobús pasa
por fin, trayendo el día, frena con estrépito en la esquina, mete la
primera y prosigue su ruta calle abajo. Tu barba me roza la frente
cuando la música se amansa y el piano retoma la melodía, acompañado de
los violines. Y bailamos, despacio, sin prisas. Tú, soñando, y yo,
despierta.
Escucha... No pienses: sólo escucha.
Dentro de un rato despertarás y no recordarás nada. Se apagarán las
luces del edificio Windsor bajo el empuje de la luz del sol (el amanecer
es ya una certeza, una franja ancha donde antes había una línea de
claridad). Y entonces yo me iré a dormir. Comenzará un nuevo día lleno
de ruidos, el mundo volverá a ser un caos sostenido sobre pilares
lógicos y razonables en lugar de un arco sujetado, en este extremo, por
mi sonrisa.
Huele bien la mañana recién hecha. Y la brisa es dulce sobre mis
hombros. Es hermoso ver cómo es el mundo instantes antes de que sea
real, con un trozo de hielo que se derrite con sabor a ron en la boca,
mientras oigo que el reloj del vecino da las seis.
Pasa el segundo autobús, y se acaba el disco: otra versión de Someone to
watch over me. Un portero guarda los cubos de basura haciéndolos rodar
con desgana. La calle se despereza. Pasa un coche. Alguien sube una
persiana. Ahora suena una moto. Y yo apuro el baile hasta que suene tu
despertador y te despiertes y te olvides de que bailamos esta canción,
este amanecer imposible de tan suave.
Estoy llorando, mi amor, y es de ternura. Y, seguramente, de ron. Pero
son lágrimas dulces y porque me gusta cómo bailas y siento una mano en
mi cintura y la otra sosteniendo la mía mientras giramos al mismo tiempo
que la tierra. Al encuentro del día.
Pronto se acabará mi turno de guardia y el día entero se pondrá en pie.
Se ha disparado una alarma en la calle y su sonido se superpone a las
últimas notas de la canción. Voy a lavarme los dientes y a quitarme las
lentillas y la camiseta.
Y a ponerme el alma porque ya llega el día.
Nos cruzamos debajo del arco, tú camino del trabajo y yo de la cama. Buenos días, mi amor.