El Caballero de la Blanca Luna
(1547-1616)
El ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha (1615)
Capítulo LXIIII-Que trata de la aventura que más pesadumbre dio a don Quijote de cuantas hasta entonces le habían sucedido
Capítulo LXIIII-Que trata de la aventura que más pesadumbre dio a don Quijote de cuantas hasta entonces le habían sucedido
Y una mañana, saliendo don Quijote a pasearse
por la playa armado de todas sus armas, porque, como
muchas veces decía, ellas eran sus arreos, y su
descanso el pelear, y no se
hallaba sin ellas un punto, vio venir hacia él
un caballero, armado asimismo de punta en blanco,
que en el escudo traía pintada una luna
resplandeciente; el cual, llegándose a trecho
que podía ser oído, en altas voces,
encaminando sus razones a don Quijote, dijo:
—Insigne caballero y jamás
como se debe alabado don Quijote de la Mancha, yo soy
el Caballero de la Blanca Luna, cuyas
inauditas hazañas quizá te le habrán
traído a la memoria. Vengo a contender contigo y
a probar la fuerza de tus brazos, en razón de
hacerte conocer y confesar que mi dama, sea quien
fuere, es sin comparación más hermosa que
tu Dulcinea del Toboso: la cual verdad si tú la
confiesas de llano en llano,
escusarás tu muerte y el trabajo que yo he de
tomar en dártela; y si tú peleares y yo te
venciere, no quiero otra satisfación sino que,
dejando las armas y absteniéndote de buscar
aventuras, te recojas y retires a tu lugar por tiempo
de un año, donde
has de vivir sin echar mano a la espada, en paz
tranquila y en provechoso sosiego, porque así
conviene al aumento de tu hacienda y a la
salvación de tu alma; y si
tú me vencieres, quedará a tu
discreción mi cabeza y serán tuyos los
despojos de mis armas y caballo, y pasará a la
tuya la fama de mis hazañas. Mira lo que te
está mejor y respóndeme luego, porque hoy
todo el día traigo
de término para despachar este negocio.
Don Quijote quedó suspenso y
atónito, así de la arrogancia del Caballero
de la Blanca Luna como de la causa por que le
desafiaba, y con reposo y ademán severo le
respondió:
—Caballero de la Blanca Luna,
cuyas hazañas hasta agora no han llegado a mi
noticia, yo osaré
jurar que jamás habéis visto a la ilustre
Dulcinea,
que, si visto la hubiérades, yo sé que
procurárades no poneros en esta demanda, porque
su vista os desengañara de que no ha habido ni
puede haber belleza que con la suya comparar se
pueda; y, así, no diciéndoos que
mentís, sino que no acertáis en lo
propuesto, con las condiciones que habéis
referido aceto vuestro desafío, y luego,
porque no se pase el día que traéis
determinado, y solo exceto de las
condiciones la de que se pase a mí la fama de
vuestras hazañas, porque no sé cuáles
ni qué tales sean: con las mías me
contento, tales cuales ellas son. Tomad, pues, la
parte del campo que quisiéredes , que yo
haré lo mesmo, y a quien Dios se la diere, San
Pedro se la bendiga.
Habían descubierto de la ciudad al
Caballero de la Blanca Luna y díchoselo al
visorrey, y que
estaba hablando con don Quijote de la Mancha. El
visorrey, creyendo sería alguna nueva aventura
fabricada por don Antonio Moreno o por otro
algún caballero de la ciudad, salió luego a
la playa, con don Antonio y con otros muchos
caballeros que le acompañaban, a tiempo cuando
don Quijote volvía las riendas a Rocinante para
tomar del campo lo necesario.
Viendo, pues, el visorrey que daban los
dos señales de volverse a encontrar, se puso
en medio, preguntándoles qué era la causa
que les movía a hacer tan de improviso batalla.
El Caballero de la Blanca Luna respondió que era
precedencia
de hermosura, y en
breves razones le dijo las mismas que había
dicho a don Quijote, con la acetación de las
condiciones del desafío hechas por entrambas
partes. Llegóse el visorrey a don Antonio y
preguntóle paso si
sabía quién era el tal Caballero de la
Blanca Luna o si era alguna burla que querían
hacer a don Quijote. Don Antonio le respondió
que ni sabía quién era, ni si era de burlas
ni de veras el tal desafío. Esta respuesta tuvo
perplejo al visorrey en si les dejaría o no
pasar adelante en la batalla; pero no pudiéndose
persuadir a que fuese sino burla, se apartó
diciendo:
—Señores caballeros, si
aquí no hay otro remedio sino confesar o morir,
y el señor don Quijote está en sus trece, y
vuestra merced el de la Blanca Luna en sus catorce, a la
mano de Dios, y dense.
Agradeció el de la Blanca Luna con
corteses y discretas razones al visorrey la licencia
que se les daba, y don Quijote hizo lo mesmo; el
cual, encomendándose al cielo de todo
corazón y a su Dulcinea, como tenía de
costumbre al comenzar de las batallas que se le
ofrecían, tornó a tomar otro poco más
del campo, porque vio que su contrario hacía lo
mesmo; y sin tocar trompeta ni otro instrumento
bélico que les diese señal de arremeter,
volvieron entrambos a un mesmo punto las riendas a
sus caballos, y como
era más ligero el de
la Blanca Luna, llegó a don Quijote a dos
tercios andados de la carrera, y
allí le encontró con tan poderosa fuerza,
sin tocarle con la lanza (que la levantó, al
parecer, de propósito), que dio
con Rocinante y con don Quijote por el suelo una
peligrosa caída. Fue luego sobre él y,
poniéndole la lanza sobre la visera, le
dijo:
—Vencido sois, caballero, y aun muerto, si no
confesáis las condiciones de nuestro
desafío.
Don Quijote, molido y aturdido, sin
alzarse la visera, como si hablara dentro de una
tumba, con voz debilitada y enferma, dijo:
—Dulcinea del Toboso es la
más hermosa mujer del mundo y yo el más
desdichado caballero de la tierra, y no es bien que
mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero,
la lanza y quítame la vida, pues me has quitado
la honra.
—Eso no haré yo, por cierto
—dijo el de la Blanca Luna—: viva, viva
en su entereza la fama de la hermosura de la
señora Dulcinea del Toboso, que solo me contento
con que el gran don Quijote se retire a su lugar un
año, o hasta el tiempo que por mí le fuere
mandado, como concertamos antes de entrar en esta
batalla.
Todo esto oyeron el visorrey y don
Antonio, con otros muchos que allí estaban, y
oyeron asimismo que don Quijote respondió que
como no le pidiese cosa que fuese en perjuicio de
Dulcinea, todo lo demás cumpliría como
caballero puntual y verdadero.
Hecha esta confesión, volvió
las riendas el de la Blanca Luna y, haciendo mesura
con la cabeza al visorrey, a medio
galope se entró en la ciudad.
Mandó el visorrey a don Antonio
que fuese tras él y que en todas maneras supiese
quién era. Levantaron a don Quijote,
descubriéronle el rostro y halláronle sin
color y trasudando. Rocinante, de puro malparado, no
se pudo mover por entonces. Sancho, todo triste, todo
apesarado, no sabía qué decirse ni qué
hacerse: parecíale que todo aquel suceso pasaba
en sueños y que toda aquella máquina era
cosa de encantamento.
Veía a su señor rendido y obligado a no
tomar armas en un año; imaginaba la luz de la
gloria de sus hazañas escurecida, las esperanzas
de sus nuevas promesas deshechas,
como se deshace el humo con el viento. Temía si
quedaría o no contrecho Rocinante, o
deslocado su amo, que no fuera poca ventura si
deslocado quedara.
Finalmente, con una silla de manos que mandó
traer el visorrey, le
llevaron a la ciudad, y el visorrey se volvió
también a ella con deseo de saber quién
fuese el Caballero de la Blanca Luna que de tan mal
talante había dejado a don Quijote.