Tratado III- La casa lóbrega y oscura, donde nunca se come ni se bebe
Anónimo
Lazarillo de Tormes (1554)
Estando en esta afligida y hambrienta
persecución, un día, no sé por cuál dicha o ventura, en el pobre
poder de mi amo entró un real, con el cual él vino a casa tan ufano
como si tuviera el tesoro de Venecia, y con gesto muy alegre y
risueño me lo dio, diciendo:
-Toma, Lázaro, que Dios ya va abriendo su
mano. Ve a la plaza y merca pan y vino y carne: ¡quebremos el ojo al
diablo! Y más te hago saber, porque te huelgues: que he alquilado
otra casa y en ésta desastrada no hemos de estar más de en
cumpliendo el mes. ¡Maldita sea ella y el que en ella puso la
primera teja, que con mal en ella entré! Por nuestro Señor, cuanto
ha que en ella vivo, gota de vino ni bocado de carne no he comido,
ni he habido descanso ninguno; mas ¡tal vista tiene y tal oscuridad
y tristeza! Ve y ven presto y comamos hoy como condes.
Tomo mi real y jarro y, a los pies dándoles
prisa, comienzo a subir mi calle encaminando mis pasos para la
plaza, muy contento y alegre. Mas, ¿qué me aprovecha, si está
constituido en mi triste fortuna que ningún gozo me venga sin
zozobra? Y así fue éste, porque, yendo la calle arriba, echando mi
cuenta en lo que le emplearía que fuese mejor y más provechosamente
gastado, dando infinitas gracias a Dios que a mi amo había hecho con
dinero, a deshora me vino al encuentro un muerto, que por la calle
abajo muchos clérigos y gente que en unas andas traían. Arriméme a
la pared por darles lugar, y, desque el cuerpo pasó, venía luego a
par del lecho una que debía ser su mujer del difunto, cargada de
luto, y con ella otras muchas mujeres; la cual iba llorando a
grandes voces y diciendo:
-Marido y señor mío, ¿adónde os me llevan?
¡A la casa triste y desdichada, a la casa lóbrega y oscura, a la
casa donde nunca comen ni beben!
Yo, que aquello oí, juntóseme el cielo con
la tierra, y dije:
«¡Oh desdichado de mí, para mi casa llevan
este muerto!»
Dejo el camino que llevaba, y hendí por
medio de la gente, y vuelvo por la calle abajo a todo el más correr
que pude para mi casa. Y entrando en ella, cierro a grande priesa,
invocando el auxilio y favor de mi amo, abrazándome de él, que me
venga a ayudar y a defender la entrada. El cual, algo alterado,
pensando que fuese otra cosa, me dijo:
-¿Qué es eso, mozo? ¿Qué voces das? ¿Qué
has? ¿Por qué cierras la puerta con tal furia?
-¡Oh señor -dije yo-, acuda aquí, que nos
traen acá un muerto!
-¿Cómo así? -respondió él.
-Aquí arriba lo encontré y venía diciendo
su mujer: «Marido y señor mío, ¿adónde os llevan? ¡A la casa lóbrega
y oscura, a la casa triste y desdichada, a la casa donde nunca comen
ni beben!». Acá, señor, nos le traen.
Y ciertamente, cuando mi amo esto oyó,
aunque no tenía por qué estar muy risueño, rió tanto que muy gran
rato estuvo sin poder hablar. En este tiempo tenía ya yo echada el
aldaba a la puerta y puesto el hombro en ella por más defensa. Pasó
la gente con su muerto, y yo todavía me recelaba que nos le habían
de meter en casa. Y, desque fue ya más harto de reír que de comer,
el bueno de mi amo, díjome:
-Verdad es, Lázaro, según la viuda lo va
diciendo, tú tuviste razón de pensar lo que pensaste; mas, pues Dios
lo ha hecho mejor y pasan adelante, abre, abre y ve por de comer.
-Dejálos, señor, acaben de pasar la calle
-dije yo.
Al fin vino mi amo a la puerta de la calle,
y ábrela esforzándome, que bien era menester, según el miedo y
alteración, y me torno a encaminar. Mas, aunque comimos bien aquel
día, maldito el gusto yo tomaba en ello. Ni en aquellos tres días
torné en mi color. Y mi amo, muy risueño todas las veces que se le
acordaba aquella mi consideración.