Primera salida de Don Quijote
(1547-1616)
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605)
Capítulo II: Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso D.
Quijote
Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en
efecto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía
en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos
que enderezar, sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar, y deudas que
satisfacer; y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que
nadie le viese, una mañana, antes del día (que era uno de los calurosos del
mes de Julio), se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su
mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y por la puerta falsa
de un corral, salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver con
cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo. Mas apenas se vió en
el campo, cuando le asaltó un pensamiento terrible, y tal, que por poco le
hiciera dejar la comenzada empresa: y fue que le vino a la memoria que no era
armado caballero, y que, conforme a la ley de caballería, ni podía ni debía
tomar armas con ningún caballero; y puesto que lo fuera, había de llevar armas
blancas, como novel caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo
la ganase.
Estos pensamientos le hicieron titubear en su propósito; mas pudiendo más
su locura que otra razón alguna, propuso de hacerse armar caballero del primero
que topase, a imitación de otros muchos que así lo hicieron, según él había
leído en los libros que tal le tenían. En lo de las armas blancas pensaba limpiarlas
de manera, en teniendo lugar, que lo fuesen más que un armiño: y con esto se
quietó y prosiguió su camino, sin llevar otro que el que su caballo quería,
creyendo que en aquello consistía la fuerza de las aventuras.
Yendo, pues,
caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mismo, y diciendo: -¿Quién
duda sino que en los venideros tiempos, ciando salga a luz la verdadera historia
de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere, no ponga, cuando llegue
a contar esta mi primera salida tan de mañana, de esta manera? "Apenas había
el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas
hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos
con sus arpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida
de la rosada aurora que dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas
y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso
caballero D. Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre
su famoso caballo Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y conocido
campo de Montiel."
(Y era la verdad que por él caminaba) y añadió diciendo:
-Dichosa edad, y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronce, esculpirse en mármoles y esculpirse en mármoles y pintarse en tablas para memoria en lo futuro. ¡Oh tú, sabio encantador, quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser coronista de esta peregrina historia! Ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante compañero eterno mío en todos mis caminos y carreras.
Luego volvía diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado:
-¡Oh, princesa Dulcinea, señora de este cautivo corazón! Mucho agravio me habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. Plégaos, señora, de membraros de este vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece.
(Y era la verdad que por él caminaba) y añadió diciendo:
-Dichosa edad, y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronce, esculpirse en mármoles y esculpirse en mármoles y pintarse en tablas para memoria en lo futuro. ¡Oh tú, sabio encantador, quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser coronista de esta peregrina historia! Ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante compañero eterno mío en todos mis caminos y carreras.
Luego volvía diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado:
-¡Oh, princesa Dulcinea, señora de este cautivo corazón! Mucho agravio me habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. Plégaos, señora, de membraros de este vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece.
Con estos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros
le habían enseñado, imitando en cuanto podía su lenguaje; y con esto caminaba
tan despaico, y el sol entraba tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante
a derretirle los sesos, si algunos tuviera. Casi todo aquel día caminó sin
acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, poerque quisiera
topar luego, con quien hacer experiencia del valor de su fuerte brazo.
Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la de Puerto Lápice; otros dicen que la de los molinos de viento; pero lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los anales de la Mancha, es que él anduvo todo aquel día, y al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre; y que mirando a todas partes, por ver si descubriría algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse, y adonde pudiese remediar su mucha necesidad, vió no lejos del camino por donde iba una venta, que fue como si viera una estrella, que a los portales, si no a los alcázares de su redención, le encaminaba.
Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la de Puerto Lápice; otros dicen que la de los molinos de viento; pero lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los anales de la Mancha, es que él anduvo todo aquel día, y al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre; y que mirando a todas partes, por ver si descubriría algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse, y adonde pudiese remediar su mucha necesidad, vió no lejos del camino por donde iba una venta, que fue como si viera una estrella, que a los portales, si no a los alcázares de su redención, le encaminaba.