"En español se dice crisis"
Javier Rodríguez Marcos
Vivimos en el tiempo del maquillaje. El Gobierno llama desaceleración
a lo que la humanidad vive como crisis, y el PP no ve más que distintas
sensibilidades donde todo el mundo ve tendencias enfrentadas. Detrás de
cada eufemismo hay un tabú indeseable y, por tanto, impronunciable. El
lenguaje de la política siempre ha estado lleno de unos y de otros, como
si las palabras pudieran neutralizar la realidad que se niegan a
nombrar.
El pesimismo no crea puestos de trabajo. Está por ver que los cree el
optimismo. El vocabulario político trata siempre de mostrar el vaso
medio lleno, pero en los últimos años el ambiente se ha llenado de
sintagmas de buen ver como conducciones de agua, soluciones
habitacionales o derecho a decidir. Por no hablar de clásicos como
impuesto revolucionario o regulación de empleo. La cosmética verbal se
extiende.
Los lingüistas definen tabú como la palabra que un hablante evita por
motivos religiosos, supersticiosos o sociales. Pero la venenosa
realidad tiene un antídoto, el eufemismo (del griego eu -bien- y pheme -modo de hablar-). En su clásico Diccionario de Términos Filológicos
(recién reeditado por Gredos), Fernando Lázaro Carreter proponía varias
causas para explicar su uso: el deseo de adaptarse a una circunstancia
en la que la palabra resultaría plebeya (cabello por pelo, seno por
pecho); el ennoblecimiento de la persona (profesor por músico); la
cortesía (que resulta en fórmulas de "dudoso gusto" como "su señora" por
"su mujer"); o la necesidad de atenuar una evocación penosa. Esta
última causa ha modificado términos supuestamente negativos y ha
originado la inflación de vocabulario políticamente correcto: el ciego
es invidente, el inválido, minusválido o discapacitado. Sin olvidar que
Barack Obama puede ser para unos negro y para otros, afroamericano. Y
para casi nadie, mulato, palabra en desuso en tiempos poco dados al
matiz.
El eufemismo, con todo, no es más que uno de los muchos medios de la
lengua para renovarse. De algunos ni siquiera recordamos que lo son y
que tienen origen en un tabú. Igual que nadie repara en el ojo de la
aguja o en los dientes de la sierra como las metáforas (gastadas) que
son, casi nadie es consciente de que, por ejemplo, para nombrar la mano
izquierda el castellano usó una forma vasca (ezker) para orillar las connotaciones "siniestras" derivadas del término latino "sinister". Su pareja "dexter"
no tuvo problemas para evolucionar a "derecha". Hasta no hace tanto, a
los zurdos les tocó padecer una superstición que supuestamente se
remonta al mal augurio que suponía que las aves volasen a nuestra
izquierda o al hecho de que Judas fuese zurdo. Y pelirrojo, algo que
también generó desvaríos supersticiosos. Como decía el clásico, el
lenguaje no se inventa, se hereda.
"El eufemismo es un mecanismo imprescindible, no una anomalía",
subraya José Antonio Pascual, miembro de la Real Academia Española y
experto en lexicografía. "Sirve para limar las asperezas de la lengua.
Sólo hay que ver cómo ha evolucionado el lenguaje escatológico. Cuando
se reguló la eliminación de aguas fecales, en las casas se le reservó el
nombre del mejor espacio, el retrete, literalmente, lo más retirado.
Decir papel higiénico, por ejemplo, es muy poco preciso, pero se trata
de evitar la grosería. Todos agradecemos que nos saluden en el
ascensor".
De hecho, al académico le preocupa más el disfemismo, que busca el
efecto contrario al eufemismo eligiendo la expresión más ruda. El
eufemismo, recuerda Pascual, es un mecanismo similar al que hizo que
cambiara el color de los uniformes de la policía nacional. Los grises
del franquismo mudaron de color durante la transición para vestir de
marrón. Y cuando se convirtieron, según la expresión popular, en maderos,
pasaron a hacerlo de azul. "La policía ha perdido muchas de las
connotaciones que tenía. Ya no da miedo a nadie... salvo en Coslada",
concluye el catedrático de Lengua.
Con todo, el propio Pascual advierte de que los eufemismos son como
las tijeras. Su bondad depende del uso que se les dé: "Si los usas de
forma inmoral, en lugar de facilitar la comunicación aumentas la
confusión". Es lo que suele pasar en el juego político, donde un exceso
puede rozar la manipulación: "Las palabras tienen un halo connotativo
muy fuerte. Por eso el Gobierno abandonó la palabra trasvase, que se
había cargado de negatividad". Antes de que la lluvia lo hiciera
innecesario, éste recibió toda una colección de denominaciones con más
meandros que el Ebro destinadas a negar la evidencia: desde
captación-transferencia-traslado-aportación puntual de agua hasta
conducción de caudales, pasando por interconexión temporal de cuencas
hídricas o conexión de sistemas dentro de la misma demarcación
hidrográfica.
Solucionado el abastecimiento de Barcelona, el otro gran tabú
gubernamental es la palabra crisis, oficialmente desaceleración (aunque
por momentos se nos conceda que acelerada). En 2000, el actual
presidente de la agencia Efe, Álex Grijelmo, publicó La seducción de las palabras
(Taurus), un libro sobre la manipulación lingüística en el que se
analiza cómo funciona un término tan caro a los tecnócratas y tan
extraño al común de los hablantes, que nunca desaceleran; como mucho,
frenan. "El prefijo negativo des", explica Grijelmo, "se hace acompañar aquí del término positivo acelera,
en otro ejemplo de contradicción seductora, alterando la percepción del
concepto para embaucar a los electores. Así, creemos que la economía
llevaba una marcha positiva muy acelerada, y que por eso no importa que
pierda velocidad". Efectivamente, la combinación de prefijo negativo y
término positivo es todo un clásico en la construcción de eufemismos:
los que antes eran pobres ahora son desfavorecidos, y los libros que
antes estaban agotados ahora aparecen como no disponibles.
Se atribuye a Talleyrand la ocurrencia de que el lenguaje le ha sido
dado al hombre para que pueda ocultar el pensamiento, una idea que
retrata tanto al hábil político (y ex obispo) de la Francia
posrevolucionaria como a los de su gremio. En la política, en efecto, el
eufemismo es moneda corriente. Se trata de un campo en el que "el
encubrimiento siempre ha existido. Su máxima expresión sería la
diplomacia, claro", apunta Antonio Elorza. Aunque tradicionalmente ese
encubrimiento surgía más del pragmatismo que de la voluntad de engañar,
el catedrático de Ciencia Política de la Universidad Complutense señala
que el siglo XX asistió al perfeccionamiento de las técnicas de
persuasión por el creciente peso en la política de la mercadotecnia y la
propaganda. Y esa perfección tiene un nombre: Joseph Paul Goebbels,
ministro de Instrucción Pública y Propaganda de Hitler y autor de
aquella famosa frase según la cual una mentira repetida mil veces se
convierte en verdad. Para Elorza, "el eufemismo como deformación
consciente y sistemática proviene, sí, de los lenguajes totalitarios".
Las dictaduras, en efecto, han dado perlas como la democracia orgánica
de Franco o la República Democrática de Alemania del régimen comunista
germano. Sin olvidar que el nombre oficial de la actual Junta Militar
birmana es Consejo de Estado para la Paz y el Desarrollo. Al lado de la
cruda realidad, la ficción inventada por George Orwell en su novela 1984
parece puro costumbrismo, por mucho que en la neolengua del régimen del
Gran Hermano el Ministerio del Amor sea el encargado de mantener el
orden (por los medios que sea) o el Ministerio de la Paz se dedique a
los asuntos de la guerra. ¿Pero qué es eso comparado con llamar a un
genocidio solución final o limpieza étnica?
Con todo, en democracia también se narcotiza a la población con un
lenguaje "que dulcifica la realidad". Es lo que sostiene la filóloga y
periodista Irene Lozano, autora de El saqueo de la imaginación (Debate), un ensayo subtitulado Cómo estamos perdiendo el sentido de las palabras.
Lozano recuerda cómo a los reclusos de Guantánamo se les niegan sus
derechos como presos de guerra considerándolos "combatientes enemigos
ilegales", y habla de un personaje inquietante, Franz Luntz, consultor
de los republicanos estadounidenses, que, entre otras cosas, recomendó
evitar la palabra capitalismo. Para sustituirla nacieron "libre empresa"
y "economía de mercado".
Con su consolidación, el eufemismo político llega a convertirse en
seña de identidad. Términos como Estado español por España o Euskal
Herria por Euskadi (y viceversa) identifican inmediatamente a quien los
utiliza. "El gran problema", abunda Elorza, "es que se te escapa
violencia por terrorismo e impuesto revolucionario por extorsión. Acabas
metido en un bosque semántico". Para el profesor donostiarra, el
nacionalismo es especialmente dado a la "traslación de significados". La
última gran propuesta del lehendakari Ibarretxe se llama
consulta y no referéndum, y lo que plantea no es la autodeterminación,
sino el derecho a decidir. "¿Y quién no admite el derecho a decidir?",
se pregunta Elorza. "El Gobierno vasco no puede hablar de independencia
porque sabe que la quiere una minoría de la población, pero el derecho a
decidir suena tan positivo que no se discute. Lo mismo sucede con la
expresión 'sentirse cómodo', tan usada por los nacionalistas catalanes.
En el fondo oculta la bilateralidad, es decir, Estado confederal, no
federal".
Así las cosas, ¿cómo puede un eufemismo dejar de parecerlo? ¿Cuándo
se integra en la lengua sin antecedentes penales? Elorza señala a la
prensa como principal vía de limpieza. También ayuda, en el caso del
lenguaje nacionalista, que sea asumido por un partido que no lo sea: "Es
lo que hizo el PSOE al hablar de diálogo con ETA, algo que en política
no existe". Según Elorza, el partido socialista es muy dado a los
eufemismos. El PP, casi nada: "Prefiere la hipérbole". La cuestión de
los eufemismos, tan pegados al poder, recuerda a la advertencia del
descreído Humpty Dumpty de Alicia: "La cuestión no es saber qué
significan las palabras, la cuestión es saber quién manda".
¿Perpetuo es siempre?
El pasado 26 de mayo, Juan José Cortés, el padre de Mari Luz, la niña presuntamente asesinada por un pederasta reincidente, fue recibido en La Moncloa por José Luis Rodríguez Zapatero. Cortés explicó a la salida la propuesta que había llevado al presidente del Gobierno: que los pederastas cumplan cadena perpetua. Preguntado por la inconstitucionalidad de la medida, añadió: "Si no es perpetua, habrá que buscar otro nombre".Días después, Enrique López López, portavoz del Consejo General del Poder Judicial, propuso "prisión permanente". Y añadió "revisable" para bajar la temperatura de un adjetivo (perpetua, permanente) en el que sus promotores desembocan después de un razonamiento que lo hace indispensable: los pederastas no tienen cura y para ellos no sirve la reinserción que la Constitución predica como fin de las penas "privativas de libertad" (otro eufemismo). Pero si la solución es la cadena perpetua, el hecho de que sea "revisable" contradice la premisa que la hizo imprescindible: la imposibilidad de reinsertar a un pederasta. Y vuelta a la casilla de salida.Eufemismos de uso común
Daños colaterales: Víctimas civiles.Servicio de inteligencia: Espionaje.Reajuste de precios: Subida de precios.Regulación de empleo: Reducción de plantilla, despidos.Desfavorecidos: Pobres.Desempleado: ParadoFaltar a la verdad: Mentir.Tráfico de influencias: Soborno.Centro penitenciario: Cárcel.Interno: PresoLucha armada: TerrorismoRealidad nacional: Nación.Interrupción del embarazo: Aborto.Residuos sólidos urbanos: BasuraTercera edad: VejezCaptación / aportación puntual de agua: Trasvase.Transferencia / traslado de agua: Trasvase.Desaceleración: CrisisLimpieza étnica: GenocidioCombatientes enemigos ilegales: Presos de guerra.Unilateralismo: Imperialismo.Economía de mercado:Capitalismo.País en vías de desarrollo: País pobre.Impuesto revolucionario: Extorsión.Violencia: TerrorismoDerecho a decidir: Autodeterminación.Lo que dice la RAE
Crisis:Escasez, carestía (sexta acepción). Situación dificultosa o
complicada (séptima).Desaceleración:Acción y efecto de
desacelerar.Consulta:Acción y efecto de consultar (primera acepción).
Parecer o dictamen que por escrito o de palabra se pide o se da acerca
de algo (segunda acepción)b>Referéndum:Procedimiento jurídico por el
que se someten al voto popular leyes o actos administrativos cuya
ratificación por el pueblo se propone (primera acepción).