"¡Y yo en la tuya!": El insulto y el ingenio de la lengua
Aunque insultar, según el Diccionario académico, es "Ofender a uno provocándolo e irritándolo con palabras o acciones", y aunque puede que alguien diga en alguna ocasión "Su comportamiento era insultante", el insulto por antonomasia es el verbal. Insultar es un acto de habla, es decir, según la caracterización de Austin (Doing Things With Words), el insulto es una de esas palabras que hacen cosas, como la promesa, la orden, la maldición… ¿Y qué es lo que hace? Como hemos visto, molestar en gran manera al receptor.
El insulto arquetípico es la asignación por parte
del hablante de una calificación negativa al oyente. Una lingüística del insulto
debería considerar qué sentidos son los más susceptibles de constituirlo: diagnósticos
psiquiátricos ("imbécil, idiota"), atribución de determinados comportamientos
sexuales ("maricón, puta") o sociales ("ladrón") que al emisor no le
gustan (aunque quizás a otro sí). El sentido negativo se puede enunciar directamente
("asesino", para insultar a un médico), o a través de expresiones que lo
implican de forma simple ("cerdo", para sugerir que alguien tiene un
comportamiento bajo), o a veces francamente retorcida ("pierdes aceite", para
decir "maricón"). En todos estos casos, el sentido se atribuye en la mayoría
de los casos no sólo aunque sea falsa su aplicación sino porque es falsa.
De todas formas, no cualquier comportamiento sexual
socialmente marcado como desviado, ni social considerado reprobable es materia de insulto.
No hay insultos (que yo sepa) relacionados con la pederastia o la zoofilia, por más que
sean comportamientos reprobados. Por otra parte, para insultar se utilizan la mayor parte
de las veces palabras especializadas: "cenutrio, mentecato…" se usan hoy
únicamente como insulto. Sustituir la palabra especializada por un sinónimo culto
normalmente hace perder a la expresión su carácter de insulto (aunque puede que no las
ganas de molestar): "¡Persona de poco IQ!" o "Su madre de usted fue una
meretriz" no constituyen un "insulto". (Otro tanto ocurre con el terreno
próximo y a veces solapado del taco o expletivo: nadie dice "¡Fornicar!"
cuando se pilla el dedo con un cajón).
Un tipo diferente de insulto es aquel en el que se
lanza un contenido cierto. A veces, basta la situación y un cierto tono para que una
palabra normal se transforme en insulto, como el "¡Taxista!" propinado a uno de
ellos en medio del tráfico madrileño. Otras veces lo que se arroja es la versión
despectiva o reforzada negativamente de un calificativo: "Tía loro" (a una
mujer fea), "Negro de mierda"… Es la forma típica que adopta el insulto
racista o sexista, y fijémonos en que sigue el esquema arquetípico de atribuir
comportamientos considerados reprobables, con dos diferencias: que lo que aquí se
reprueba no es una práctica, sino la pertenencia a un grupo social o sexual, y que la
atribución puede ser cierta (aunque se haga en forma ofensiva).
También constituye insulto la sugerencia de que el
receptor de la expresión realice (o se realicen sobre él) determinadas acciones. Éstas
pueden entrañar para el insultado los sentidos negativos que hemos visto ("vete a
tomar por culo, vete a la mierda") o no ("que te zurzan…"). Este
tercer tipo de insulto sitúa, podríamos decir que mágicamente, al receptor realizando
acciones que le colocan en un campo reprobable (convirtiéndole en un sodomita, en
un cerdo, etc.).
Una lexicografía del insulto
estudiaría las constelaciones de expresiones que le pueden rodear, normalmente para
amplificarlo ("más puta que las gallinas"). Además, reconocería una
gradación a través de usos léxicos, acumulación de expletivos, o creación de nuevas
expresiones. Por ejemplo, el insulto genérico "tienes poca inteligencia"
presentaría la siguiente gradación: "tonto, idiota, tonto del culo, jilipollas,
jilipollas perdido". Asímismo, señalaría que el primer miembro es aceptable
(aunque "familiar"), el segundo tal vez "vulgar" y el resto serían
"tabú". Estudiaría tanto los eufemismos y reducciones ("vete a la
porra", o "…tu madre"), como las amplificaciones (la argentina
"¡La reputísima madre que te recontra mil parió!"). Igualmente, recogería
determinadas formas típicas, debidas a la pronunciación relajada o alterada por la
situación emocional: "tonto’l culo; hijo-puta" (con la elisión de la d
intervocálica y posterior simplificación del grupo vocálico).
La taxonomía
del insulto distinguiría distintos tipos, según sentidos o situaciones. También es una
ciencia incipiente...
Una poética del insulto
descubriría los procedimientos amplificativos y prolongativos, tan próximos a los de la
alegoría, que se pueden poner en juego. Véase el ejemplo de la mujer yanomami,
desarrollando el tema "feo como una espinilla".
Una etimología del insulto
rescataría los orígenes, a veces oscuros, de las expresiones utilizadas para herir al
oyente: "mentecato" del latín mente captus, "falto de mente" o
"gilipollas", tal vez del árabe yihil, "bobo".
Su pragmática debería
tener en cuenta que igualmente es un insulto ejercitar cualquiera de las dinámicas que
hemos repasado no ya sobre el oyente, sino sobre su entorno simbólico o social. Por
ejemplo el emisor declara que realiza determinadas acciones nefandas sobre algo que
representa al receptor, o sobre su parentela: "me cago en tu estampa, me cago en tu
padre". Estudiaría el hecho curioso de que insultar a determinados parientes de una
persona equivalga a insultarla a ella, y tal vez sólo a ella (cfr. "Tu madre será
una santa, pero tú eres un hijo de puta"). También vería cuál es el grado de
alejamiento léxico y sintáctico hasta el que se mantiene la ofensa. El ejemplo
gauchesco del "cuñado" que nos ha servido de pórtico es insultante porque una
de sus implicaciones posibles es "He tenido comercio carnal con tu hermana [= es una
puta]".Esta necesaria e inexistente
disciplina observaría también que la utilización de expletivos negativos puede ser
tomada como un insulto (compárese "Me tienes harto", con "Me tienes hasta
los cojones", a lo que puede seguir la respuesta: "¡Oye!: sin
insultar…"). Estudiaría las ocasiones típicas en que puede surgir un insulto
(en nuestros días, sobre todo la bronca de tráfico, pero también –ya lo veremos en
El nom del porc– el debate político), y cuándo es ignorado y cuándo se
replica (y de qué manera: rebotándolo –"Y yo en la tuya"–,
aumentándolo –"Y tú más"…). El estudio de las dinámicas
conversacionales sería muy rico: por ejemplo, una reacción típica ante una expresión
que podría constituir un insulto es devolverlo.(...)
También se habría de notar la posibilidad de
insultar in absentia (¿es un insulto para Fulano decir "Fulano es un
berzotas" a Mengano?), o bien la posibilidad de que una emisión verbal cristalizada
pueda insultar de por sí (un grafito de "Tonto el que lo lea" sobre una pared).
Por último, vería bajo qué condiciones el insulto no es insultante, sino encomiástico
("qué hijo-puta que eres…, mariconazo") [9].
A propósito, una dialectología del insulto anotaría cómo éste
último uso sería hoy comprensible en Madrid, por ejemplo, aunque no en Barcelona. O bien
el curioso trasvase de valores que experimenta la referencia a los genitales masculinos,
de un polo al otro.
Otro fenómeno digno de estudio sería la posibilidad
de insultar a cosas inanimadas, o incluso abstractas... Como ejemplo, escúchese el audio que acompaña a la bajada de esta página. A propósito: una fonética
del insulto estudiaría sus peculiaridades tonales y articulatorias, en parte fruto de una
enunciación en estado de alteración, pero también debidas a la utilización de
procedimientos de énfasis y reforzamiento fónico.
Una antropología del
insulto reconocería la variabilidad cultural de todos estos elementos: desde la
atribución de qué comportamientos constituye un insulto, hasta la extensión del árbol
genealógico que puede ser afectada por el hablante (lo veremos muy bien en La lengua
de tu madre). También serían su materia de estudio los intercambios ritualizados de
insultos. Existen en muchos pueblos (son famosos los casos de los yoruba o los turcos), y
con características similares: se practican sobre todo entre adolescentes, las respuestas
deben mantener la rima y amplificar la agresión. En español existen casos así:
–¡Vete a la mierda!
–Estando a tu lado estoy en ella
o
–Me cago en tu padre.
–Y yo en el tuyo…
–El tuyo, que es más zurullo.
o el argentino:
– ... tu hermana.
–La tuya que es más baquiana...
Una sociología del insulto
indagaría en las formas que adopta éste en su adaptación a nuevos procedimientos y
sistemas de comunicación, por ejemplo, en la Red.
En Internet han florecido no sólo nuevas formas de agrexión verbal, sino también viejos
procedimientos, como el duelo o concurso.
P
or último una historia del insulto
estudiaría el entramado cambiante de los actos y las palabras utilizados para herir, y
cómo se relacionan con las percepciones del papel del individuo y del género en la
sociedad (a este respecto, existe un libro excelente: Manos violentas, palabras
vedadas. La injuria en Castilla y León, siglos XIII-XV, de Marta Madero, con prólogo
de Jacques Le Goff, Madrid, Taurus, 1992). Y, entre otras muchas cosas, estos estudios
podrían contribuir a descubrir las bases históricas de prácticas hoy sólo verbales;
por ejemplo: los fueros medievales de Alcaraz castigan con multa a quien se "cagare
en puerta ajena".
Si se hubieran desarrollado todas estas útiles
disciplinas veríamos cómo el campo del insulto mantiene zonas altamente fosilizadas y
lexicalizadas, junto a otras abiertas a la creatividad, y de qué manera no toda
atribución falsa –ni cierta– al oyente de un comportamiento rechazable es un
insulto, y cómo ni siquiera la emisión de un insulto tiene siempre por qué constituir
un insulto… Un jaleo, pues, pero un jaleo curioso y cuyo estudio pone en juego muchas
categorías lingüísticas interesantes.
En el estado generalizado de abandono en
que están muchos aspectos del estudio de la lengua española, no sorprenderá al lector saber que el terreno del insulto no
goza de muy buena salud. Además, constituye un campo especialmente resbaladizo, porque
con frecuencia al tratar del tema se mezclan (y a veces confunden) los siguientes
conceptos: el insulto propiamente dicho, los expletivos o tacos, el simple uso de palabras
tabú, las voces de jerga, blasfemias, refranes y facecias varias. A pesar de los
solapamientos que existen entre ellos, cada uno de estos elementos supone un acto de habla
distinto, que merecería un análisis concreto. Además, otro extendido mal es tratar en
plano de igualdad palabras muy usuales junto a otras hace siglos desusadas, localismos,
fantasmas lexicográficos, invenciones puras y voces idiolectales…(...)
Una observación de Borges, quien ya
dedicó un apartado de la Historia de la eternidad al "Arte de injuriar"
puede servirnos de cierre y pórtico: "Ni siquiera un lenguaje se necesita. Morderse
el pulgar o tomar el lado de la pared […] fueron, hacia 1592, la moneda legal del
provocador". En efecto: ni hemos rozado el universo del gesto insultante, que forzosamente habrá de quedar para otra
ocasión.