Deber de hija
(1760-1828)
El sí de las niñas
Acto II, Escena IV
DOÑA
IRENE.- Pues mucho será que Don Diego
no haya tenido algún encuentro por ahí, y eso le detenga. Cierto que es un
señor muy mirado, muy puntual... ¡Tan buen cristiano! ¡Tan atento! ¡Tan bien
hablado! ¡Y con qué garbo y generosidad se porta!... Ya se ve, un sujeto de
bienes y posibles... ¡Y qué casa tiene! Como un ascua de oro la tiene... Es
mucho aquello. ¡Qué ropa blanca! ¡Qué batería de cocina! ¡Y qué despensa, llena
de cuanto Dios crió!... Pero tú no parece que atiendes a lo que estoy diciendo.
DOÑA FRANCISCA.- Sí, señora, bien lo oigo; pero no la quería
interrumpir a usted.
DOÑA IRENE.-
Allí estarás, hija mía, como el pez en el agua. Pajaritas del aire que
apetecieras las tendrías, porque como él te quiere tanto, y es un caballero tan
de bien y tan temeroso de Dios... Pero mira, Francisquita, que me cansa de
veras el que siempre que te hablo de esto hayas dado en la flor de no
responderme palabra... ¡Pues no es cosa particular, señor!
DOÑA
FRANCISCA.- Mamá, no se enfade usted.
DOÑA
IRENE.- No es buen empeño de... ¿Y te
parece a ti que no sé yo muy bien de dónde viene todo eso?... ¿No ves que
conozco las locuras que se te han metido en esa cabeza de chorlito?...
¡Perdóneme Dios!
DOÑA
FRANCISCA.- Pero... Pues ¿qué sabe
usted?
DOÑA
IRENE.- ¿Me quieres engañar a mí, eh?
¡Ay, hija! He vivido mucho, y tengo yo mucha trastienda y mucha vista para que
tú me engañes.
DOÑA
FRANCISCA.- (Aparte, creyendo que su madre ha
descubierto su relación secreta)
¡Perdida soy!
DOÑA IRENE.-
Sin contar con su madre... Como si tal madre no tuviera... Yo te aseguro
que aunque no hubiera sido con esta ocasión, de todos modos era ya necesario
sacarte del convento. Aunque hubiera tenido que ir a pie y sola por ese camino,
te hubiera sacado de allí... ¡Mire usted qué juicio de niña éste! Que porque ha
vivido un poco de tiempo entre monjas, ya se la puso en la cabeza el ser ella
monja también... Ni qué entiende ella de eso, ni qué... En todos los estados se
sirve a Dios, Frasquita; pero el complacer a su madre, asistirla, acompañarla y
ser el consuelo de sus trabajos, ésa es la primera obligación de una hija
obediente... Y sépalo usted, si no lo sabe.
DOÑA
FRANCISCA.- Es verdad, mamá... Pero yo
nunca he pensado abandonarla a usted.
DOÑA
IRENE.- Sí, que no sé yo...
DOÑA
FRANCISCA.- No, señora. Créame usted.
La Paquita nunca se apartará de su madre, ni la dará disgustos.
DOÑA
IRENE.- Mira si es cierto lo que dices.
DOÑA
FRANCISCA.- Sí, señora; que yo no sé
mentir.
DOÑA
IRENE.- Pues, hija, ya sabes lo que te
he dicho. Ya ves lo que pierdes, y la pesadumbre que me darás si no te portas
en todo como corresponde... Cuidado con ello.
DOÑA
FRANCISCA.- (Aparte.) ¡Pobre de mí!